jueves, noviembre 18, 2004

¿Así serán los viejos?

El hombre está sentado frente a la computadora. Acaba de apagarla.
Su mente sobrevuela en un vasto desierto de recuerdos aletargados.
Acaba de leer un periódico en internet. Se afianza su convicción de que los diputados actuales del país donde nació, y en el que vive, todos, o casi todos –deja lugar a una duda razonable –, son individuos que sólo dan pena. Del centro mismo de esa convicción se levanta, como vapor desprendido de un animal putrefacto, un recuerdo que al principio lo asusta: él mismo fue diputado hace años. Muchos, para algunos.

¿Será el instinto de conservación o realmente la memoria lo que empieza a transformar el fantasma surgido del recuerdo? Le viene a la mente que nunca se sitió orgulloso de ser diputado, pero sí orgulloso de haber podido hacer algunas cosas por haberlo sido. No llegó al puesto por que lo haya buscado. Posiblemente algún día ponga por escrito las vías truculentas que siguió aquella historia. Salió más pobre de lo que entró.

Cuando los vapores malolientes con que se levantó el fantasma del recuerdo se convierten en una suave niebla, de la que brotan, confusos, en tropel, pero con vida propia, hilos de luz que conducen a un bosque luminiscente donde se confunden evocaciones de victorias parciales, recuerdos amargos, remembranzas jocosas, discursos memorables, pleitos de cantina y apoyos de los desheredados que no aceptaron haber sido grandes, sino que lucharon y luchan por serlo, el cenicero que contempla desde un lado del monitor al viejo está lleno de colillas recién apagadas. Una leve paz lo convence que no se equivocó al aceptar el puesto.

¿Cuántos viejos podrán, como él, recordar su pasado sin sentir vergüenza?

¿Cuántos jóvenes podrán, cuando pase el tiempo, recordar su pasado sin ansiar regresar a él para enmendarlo?

Esta líneas fueron escritas contemplando al viejo sentado y abstraído frente a su computadora. Al escribirlas recordé una frase, oída a otro viejo, no sé dónde ni cuándo: "Quien quiera que a mi edad anhele recuperar la juventud está equivocado. No ha vivido". Tal vez quien lo dijo esté loco, pero la frase me gusta.

sábado, noviembre 06, 2004

Las patrias transversales IV

Pedro come en silencio. Sobre la destartalada mesa sólo hay tortillas recién hechas, un plato de frijoles, un molcajete con picante y un vaso de agua. En el fogón de la esquina opuesta, en ese pequeño cuartucho con piso de tierra, está su madre. Entre los huecos que dejan las viejas tablas que mal resguardan el espacio en que come, Pedro contempla la llanura que se extiende hasta unirse, tras una pequeña loma, con el cielo todo azul sol. Únicamente se escucha el rítmico palmear de su madre al echar las tortillas.

– ¿Por qué no quiere irse conmigo a Monterrey? – pregunta de pronto.

– No, m’hijo, allá hay mucha gente, me perdería, no sabría qué hacer. Sería una carga para ti.

– Pero aquí no hace nada, ma.

– Me gano la vida haciendo de comer al jefe de estación y a veces a los del tren. Don Lencho es bueno; me paga bien por lavar su ropa y limpiar su casa. No pide más.

Pedro termina de comer en silencio. Sabe, muy adentro, que su madre nunca abandonará a sus muertos, ni a su pueblo, perdido entre polvo, viento, cactos y agaves. Se levanta, deposita un beso con afecto en la mejilla de su madre que se hurta al gesto, no acostumbrada a ese tipo de caricias.

– Voy con el profe Juan. Regreso en un rato.

– No te emborraches mucho – dice la madre por decir algo.

*****

A la misma hora, el Güero de la Garza termina su comida rápida en un Burguer King; ganó la rifa y no le toca pagar comida; tendrá más dinero para la fiesta nocturna.

– Ni creas que te salvas de pagar tu cena – le dice uno de sus amigos. "Y de pagar también la de María Fernanda" piensa el Güero.

– Antes del cine vamos a comprar los regalos de Mauricio – dice alguien.
El Güero deja una generosa propina y sale con todos. Le abre a su novia la puerta del auto y contempla con gusto el muslo de María Fernanda cuando su fino vestido resbala al abordar el coche.

– Acompáñame a la butic.

– Claro – y piensa en la aburrida que se dará mientras ella se busca el vestido con que irá a la cena de cumpleaños. Después irá a buscar el regalo del festejado. "Comprar para él no será tan aburrido", se dice, y su imaginación lo lleva a buscar entre las corbatas importadas que comprará, para que hagan juego con sus camisas nuevas. "¡Qué fastidio que en ese restaurate pidan corbata".

(Pausa dramática – por el drama del que quiere escribir y no encuentra las palabras. – ¿Habrá continuación a esto?)