lunes, septiembre 27, 2004

La vida sigue

Y yo no escribo.
Los rumores que escuchaba, hoy no los oigo.
¿Cómo convertirlos en tormenta?
Quiero estar desnudo bajo las estrellas, esperando que levante un sol luminoso y cálido.
¿Si hay tormenta se ven las estrellas? No, pero sí cuando el huracán haya barrido los nubarrones.

jueves, septiembre 16, 2004

La vida así es ¿o no?

Un glóbulo rojo dice: "¡Hola! soy David; tengo más de sesenta años". Lo dice con razón – ¿o no? – aunque haya nacido, en realidad, apenas en alguno de los ciento veinte días anteriores.

Esperemos, solamente, que no haya tenido que ir a trabajar al cuerpo de otro que no sea David. Y, ¡quién sabe!, aún así es posible que tenga razón en decir lo que dijo uno de mis glóbulos.

¿Qué celebramos hoy?

Sí, ya sé: hace casi doscientos años iniciamos – sí, "iniciamos", aunque yo todavía no nacía – la lucha por independizarnos de un país que nos robaba lo mejor que teníamos ¡Qué bueno que logramos la independencia! ¡Estaríamos mucho peor de haber seguido bajo el imperio español! (de haber sido posible, porque ya se derrumbaba).

Pero hoy, en vez de celebración debería ser duelo: otra vez estamos bajo un imperio que nos roba lo mejor.

La vida que está siendo ( La cárcel )


Me niego a colaborar en la construcción de una cárcel, donde el ser humano está sólo, donde su vida se reduce, citando a Ilán Semo "a la cibertransformación del mundo, al hiperindividualismo, a la apología del empresario, al acto de consumir, a la privatización a ultranza y a la deslegitimación de las formas sociales y colectivas de producción y existencia ("El nuevo centro (como programa)", La Jornada, 11/IX/2004)

Si no encuentro la forma de colaborar en la construcción de una casa inédita, que permita al ser humano ser humano; si nadie sabe cómo puede hacerse hoy esa casa, prefiero vivir en un yermo que en la cárcel.

Prefiero colaborar en la destrucción de las mazmorras que otros construyen como fin de la historia, aunque después tenga que enfrentar, desnudo, el viento, la lluvia, el sol o las estrellas, viviendo sin techo ni paredes.

martes, septiembre 14, 2004

La vida que fue ( ¿Campanas otra vez? )

No fueron, esas otras veces, las risas de los niños la campana que convocó a los que no tenían esperanza.

Fueron los ojos de los indígenas, ñañhús o nahuatls, brillando al calor de una lucha triunfante: una resolución presidencial ejecutada, dotándolos de terrenos ejidales o comunales; una solicitud de ejido recibida por autoridades agrarias rejegas; la libertad de un compañero preso por defender al ejido; la conquista, no sin buena dosis de violencia, de una urna electoral, de la cual iban a ser robados sus votos.

Esa campana está enmudeciendo, pero se niega a callar.

A veces me parece que va a empezar el repique.

No sé si sólo sueño con un movimiento como de temblor de tierra, profundo, que empieza a murmurar en la profunda retaguardia de mi pueblo.

¿Será una campana que suena, muy lejos y en sordina, llamando a la esperanza?

¿Será sólo un último estertor de los desesperados?

¿Será sólo la utopía modernista del que escribe?

martes, septiembre 07, 2004

La vida que fue ( Campanas )


El camino bajaba abruptamente. Cuentan que ahora hay carretera.
Tres Lagunas está en una cumbre. A la izquierda del camino estaba la pequeña tienda, cantina le llamaban en aquel entonces; a la derecha una cancha de basquetbol, de tierra. Treinta pasos adelante la bajada comenzaba entre dos cercas de piedra, "tejidas" por los viejos, los jóvenes ya no sabían hacerlas.
Deslizándose entre piedras, el camino de herradura sólo era seguro para las mulas, y para los lugareños acostumbrados a ese pequeño despeñadero.
Al alcance de la mano – parecía – estaba Jagüey Colorado, pero a buen paso la bajada tardaba más de quince minutos.
Jagüey no tenía más de veinte casas. Todas construidas en terrenos inclinados. Tras la última casa desperdigada, la bajada continuaba ¿hasta dónde? El maestro no sabía.
Sólo había treinta y dos niños en edad escolar. Suficientes para que hubiera escuela, ¡y la habían construido, moderna!, desde hacía cuatro años, pero no había habido maestro que durara dando clases. La pequeña comunidad estaba muy aislada.
El primer día de clase sólo llegaron cuatro niños. Ni siquiera hablaban. Con ese número retirarían al maestro.
Ya desde entonces el maestro recién llegado exploraba rutas inusuales. "Aprender es una necesidad" pensaba "a eso sólo se llama una vez".
¿Cómo lograr que asistieran a clase más niños?
Varios intentos, menos ir casa por casa por ellos. Tres semanas más tarde asistían ocho.
Dos meses después, tras un viaje largo, apresurado, solo dos días, el maestro trajo desde Michoacán una campana ¿Quería realizar su sueño de ir por la calle haciéndola sonar como el basurero que admiraba cuando tenía seis años?
No había calles. La campana era grande, difícil de cargar. La colgó de una rama gruesa. La idea no funcionó; no pasaban de diez los alumnos.
Fue otra campana la que tuvo éxito: la que sonaba a través de las risas de los niños cuando aprendieron a jugar "quemados", u "hoyitos", con una pelota de esponja llegada de no se supo donde.
La campana michoacana desapareció por vericuetos extraños.
La campana de las risas infantiles resuena luminosa en los recuerdos del maestro. Recuerdos vetustos que no quieren morir. Ni empolvarse.
¿Encontrará ahora, treinta años después, una campana para decir lo que quiere gritar?

lunes, septiembre 06, 2004

Departamento de quejas (yo también)

¿Por qué queremos hacer del internet un árbol y descansar bajo su sombra?
La gran ciudad no tiene árboles bajo los cuales descansen mis preocupaciones.
Bueno, sí hay árboles, pero la gran ciudad, sus medios, ya me asustaron: bajo ellos puedo ser asaltado.
¿No somos posmodernos? Lo somos aunque no queramos.
¿Con qué reemplazaremos – al menos de vez en cuando – los árboles cuya sombra perdimos?
¿Nos animaremos mejor a compartir su sombra con los deheredados que la han heredado? ¡Ojalá!
Pero lo veo difícil.
Y ¿qué tan fácil es ir a donde hay árboles cuya sombra sólo sea nuestra y del otro, al que queremos? A veces puedo ir yo, pero entonces ¿puede ir el otro?
Sólo la política podría resolver la situación, creando espacios donde el hombre pueda ser más hombre.
(P.D.: Invoco la sensatez de mis lectores: donde escribo hombre no digo "varón", tan sólo persona de la raza humana (pude escribir algo en género femenino sin caer en el leguaje políticamente correcto. ¡Ja!))
(Otra P.D.: ¿Otra vez la última frase – antes de la primera P.D. – echa a perder todo?)